Hace unas semanas, hablando de la cosecha de serpientes de verano que nos ha proporcionado el fabuloso mundo del circo de lo paranormal, terminaba yo quejándome de que este año en vez de la aparición del Monstruo del Lago Ness nos hemos tenido que conformar con unas avestruces escapadas de un criadero chileno. Que tampoco estaban tan mal: las descripciones de algunos testigos son como para poner los pelos de punta, y eso en mi caso tiene mucho mérito. Pero como serpientes veraniegas hay que reconocer que resultaban poco espectaculares. Por suerte, a última hora una noticia ha venido a salvar la temporada criptozoológica: el descubrimiento de los llamados gusanos asesinos del Desierto del Gobi. Se trata de una especie de gusanos de metro y medio de largos que nadan por las arenas del desierto y que atacan a sus indefensas víctimas mediante impulsos eléctricos, causándoles la muerte. O, al menos, provocándoles serios daños cerebrales, a juzgar por las barbaridades que comentaban los investigadores que escribían el reportaje.
En fin, la noticia es muy espectacular, sobre todo si uno es capaz de aguantarse la risa mientras la lee. Pero aun así no llega ni de lejos al nivel de una de las serpientes estrella de este verano: los descubrimientos de la pseudoarqueología. La pseudoarqueología, como su nombre indica, es un simulacro de investigación arqueológica. La diferencia es que mientras la arqueología intenta descrifrar el pasado a través del estudio de sus restos arqueológicos, la pseudoarqueología funciona exactamente al revés: pretende interpretar los hallazgos reales o ficticios- de manera que encajen en alguna teoría extravagante o absurda. De modo que los pseudoarqueólogos se dedican a contarnos que los moais de la isla de Pascua fueron transportados mediante algún tipo de levitación, que las pinturas rupestres del desierto del Sahara representan a extraterrestres, o que las Pirámides de Egipto... bueno, que las Pirámides de Egipto cualquier cosa. La cantidad de majaderías que se han dicho sobre ellas es tan grande, que los pseudoarqueólogos dedicados a contarnos cuentos sobre ellas han recibido una denominación especial: el doctor Hawass, en su época de responsable del complejo arqueológico de la meseta de Guiza, los bautizó con el acertado calificativo de piramidiotas.
Pero hablábamos de la noticia pseudoarqueológica de este verano, y por una vez no ha sido ninguna piramidiotez, pero sí que ha tenido relación con otro de los mitos más clásicos del género: la Atlántida. Como sin duda habrán leído ustedes, los afanosos investigadores de lo paranormal han conseguido nada menos que descubrir los restos del Continente Perdido.
Desde siempre, los historiadores y arqueólogos (los de verdad) han considerado que lo de la Atlántida era tan sólo una leyenda, un mito inventado directamente por Platón o, como mucho, recogido de alguna tradición relacionada con la explosión de la isla volcánica de Thera o con la caída de la civilización micénica. Nada más. Pero ahora la situación tendrá que cambiar, y hasta los arqueólogos más escépticos tendrán que convencerse de que la Atlántida existió realmente ante la abundancia de pruebas. Porque no es sólo que se hayan descubierto sus restos: es que encima los han descubierto en algo así como media docena de sitios.
Las costas de Cuba. El Estrecho de Gibraltar. Las Marismas del Guadalquivir... De hecho, los descubrimientos (bueno, pseudodescubrimientos) son tan abundantes y están tan repartidos por todo el mundo que, más que El Continente Perdido, habría que bautizar a la Atlántida como El Continente Esturreado. Porque perdido no estaba, que se encontraba bien a la vista: algún investigador ha llegado a decir que la Atlántida era en realidad la Isla de Irlanda, disparate que sólo es superado por ese otro que lleva años explicando a quien comete la insensatez de escucharle que el arco del triunfo de Medinaceli o el acueducto de Segovia son en realidad obras de la civilización atlante.
En fin, que lo de la Atlántida ha sido la serpiente de verano perfecta: una noticia espectacular, asombrosa e insuperablemente absurda. Tanto, que seguramente pasarán años hasta que alguna otra la supere.
Dos años, para ser precisos. Resulta que una de las chaladuras más exóticas del mundillo de lo paranormal afirma que la Tierra, nuestro planeta, está hueco, y que se puede acceder al interior a través de sendos agujeros situados en los polos. Y en 2006 está previsto que una expedición zarpe hacia el Ártico para descubrir uno de esos agujeros. Los participantes más entusiastas incluso tienen la intención de pasar por el agujero y visitar la civilización que vive en el interior de la Tierra, una civilización liderada nada menos que por el Rey David en persona.
¿Que les parece increíble? Pues hay otra cosa aún más increíble, pero rigurosamente cierta: nada de lo que he contado me lo he inventado. Hay gente que cree seriamente esas majaderías y muchas otras más. Y es que el fabuloso mundo del circo de lo paranormal es así.
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